Me siento como la viña en verano. Con temperaturas superiores a los treinta grados y la brisa del mar no tan cerca como me gustaría.
Es momento de poda en verde, de quitar lo que no enriquecerá la producción. De espergurar, o esporgar, como dicen en mi tierra. De limpiar la vid de todos los tallos, y vástagos del tallo, que no sean del año anterior, evitando así los pámpanos agostados, esos sarmientos que no van a aportarnos nada, bien al contrario no dejar que los racimos se aireen y estén bien iluminados.
Época de máximo crecimiento vegetativo, la viña se convierte en un mar verde. Solo resta aclarear y deshojar, en la cara del sol saliente, para que le "pegue" el sol a las uvas, la maduración sea la óptima y la producción la esperada.
Es ahora cuando el paisaje de la viña cambia de forma radical. Las yemas han dado paso a las hojas y racimos y los días de calor hacen que la planta crezca de manera espectacular. Así me siento.
Esperando la vendimia, es un momento de tranquilidad relativa. A pesar de la multitud de eventos a los que asistimos en estas fechas, no hay excesivas labores en verano y aprovechamos para disfrutar del sol, de la familia, de los amigos. El sol nos envera la piel cual racimos y hace que todo lo veamos con optimismo.
Así me siento, como la viña en agosto.
Imagen. www.jardinerosenaccion.es