En el ADN de los valencianos tenemos escrito la palabra almuerzo, no me refiero a la comida de mediodía, sinó a un break que hacemos entre las 10 y las 11 de la mañana para reponer fuerzas y afrontar el resto de la jornada, no sin una cara de satisfacción, que a veces se alarga hasta albores de horarios nocturnos.
A los valencianos aquello del café o del término anglosajón brunch, nos suena a cursi, cualquier bar de la Comunidad Valenciana que se precie, tiene a esas horas preparado suficiente comida para satisfacer las famélicas fauces de todos los que almorzamos en esas horas mágicas, también es cierto que los que madrugamos y desayunamos un café o un cortado, necesitamos dotar a nuestro cuerpo de la energía suficiente para seguir desempeñando nuestras funciones, sobre todo en un país que suele parar a comer entre las 14 - 15 horas y que abrió la persiana alrededor de las 8 a.m. o antes.
Nuestro almuerzo se basa en un bocadillo que rellenamos con suculentos manjares, desde la socorrida tortilla francesa o española, hasta complejas construcciones basadas en filetes cárnicos rodeados de guarniciónes (pisto, toamte, ajos tiernos, habas...) e incluso adornados con allioli, para aquellos valientes que no han de confesar o trabajar en cortas distancias con sus semejantes.
El bocadillo no va sólo, la orquesta compuesta por aceitunas, altramuces o cacahuetes, hace el acompañamiento, que la mayoría de las veces se refresca con una cervecita para aquellos que luego no ejercen actividades peligrosas, y sinó agua o refrescos varios, e incluso algún vinito de la tierra, como los rosados de bobal.
Ante semejante bacanal matinal ante merídiem, se remata con un café, carajillo o cremaet, siendo este último muy típico en ciertas zonas de nuestra autonomía, y que consiste en quemar el alcohol de un destilado, normalmente ron o brandy con azúcar, y apagar las llamas con el café expreso para conseguir lo más parecido a un liquido que asemeja al crudo proveniente de un pozo petrolífero de Arabia Saudí.
Y si el remate de café no ha sido suficiente, siempre está la copa de ponche, el chupito de hierbas o el vaquerito de whisky.
Al final hemos creado una religión que se mantiene de Lunes a Viernes (sábados incluso por placer) y que es difícil encontrar fuera de nuestro límites regionales, pero que supone un antes y un después de cualquier jornada laboral.
Si además, institucionalizamos dicha acción en un grupo de fans, que queremos compartir una mañana divertida y amena, y descubrir otros lugares, la satisfacción del almuerzo es doble. Existe un grupo de personas que ha sentado cátedra en la Cultura del Almuerzo, y tras varios encuentros en diferentes lugares disfrutan como niños con juguetes nuevos almorzando, de hecho este fin de semana pasado se ha organizado un almuerzo en la Bodega Vera de Estenas (Utiel).
¿Un almuerzo en una bodega de vinos?. Si, un almuerzo al aire libre, con productos de la tierra, visitando uno de los templos de la uva Bobal, acompañando dicho almuerzo de vino y disfrutando junto a los amigos que componen este grupo, de fraternidad, recuperando fuerzas y estrechando los lazos de una tradición que, ni los tiempos que corren, crisis y otros factores, ha dejado de hacerse en la Comunidad Valenciana.
Viva la Cultura del Almuerzo, santifiquemos este sacramento que día a día es parte del motor gastronómico de la economía valenciana.