Decía Sir Francis Bacon que la amistad, como el vino, "duplica las alegrías y divide las angustias por la mitad".
En ocasiones la vida te sorprende y hace poco me ha pasado algo así. Hace apenas dos semanas en una de las redes sociales a las que somos medio adictos, recibía una solicitud de amistad.
Cuando tan solo contaba trece años realicé un intercambio en el instituto y conocí una estupenda adolescente que tenía mi mismo nombre, en francés, y una sonrisa y un pelo rubio maravillosos. Enseguida conectamos y estuvimos en contacto epistolar durante muchos, muchos años. Invitaciones de boda, regalos, fotografías y muchas, muchas conversaciones que nos enriquecieron no solo como estudiantes de idiomas sino como amigas. Con los años supongo que las circunstancias, las responsabilidades y el aumento de las respectivas familias hizo que perdiéramos el contacto. Casi treinta años después de conocerla, tras cerca de veinte años sin contarnos, ella me ha encontrado y me ha hecho muy, muy feliz.
Hablamos todos los días con la ilusión de cuando nos conocimos y el ansia de ponernos al día con nuestras vidas.
Teníamos tantas cosas en común... ¡Incluso ahora! Y parece que el vino es otra de ellas.
Recuerdo que su primer regalo para mi familia fue una cesta de vinos franceses que por supuesto no conocíamos en casa, pero que disfrutamos ávidamente.
Hoy hablábamos de vinos, del que a ella le gusta, de pequeñas bodegas productoras, de beaujolais rouge, de rosé, de chateaux... Ya estoy estudiando el calendario para hacer una escapada y conocer algunos de esos vinos, de esas bodegas... y para poder darnos un abrazo y sentarnos frente a frente como entonces, tú en español y yo en francés.
Se dice que el vino tiene la capacidad de hacer amigos, quizá pueda unirnos más. Va por ti, Hélène.
Imagen. Hélène Favrault
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